El fin del quinto sol
Los Dioses están enojados. No hay forma de no estarlo, el mundo ha dejado de
sentir respeto por lo que nos han regalado, poco de la belleza y el esplendor que
había antes se ha conservado. Todo se va esfumando. Convertimos cada uno de
sus hogares en cenizas y no nos preocupamos por reavivar el fuego para iniciar un
nuevo ciclo. Los despojamos de su lugar para adueñarnos de ello y creer que somos
capaces de dar y de quitar, dar vida y quitarla sin ofrecerla, dar valor y quitarlo sin
consultarlo con ellos. Apagamos el resplandor. ¿Será este el final del quinto sol?
Tláloc está enojado. Sus aguas hemos contaminado, sus lágrimas no se vuelven a
reencontrar con ellas mismas en las tierras, nos hemos atrevido a culparlo por las
inundaciones o las sequias, lo culpamos por castigarnos cuando hemos sido
nosotros los que convertimos su hogar en un basurero más. Merecemos su enojo,
su abandono y su tristeza.
Chalchiuhtlicue está enojada. Nuestra Diosa de los ríos y los grandes océanos se
siente ofendida, ella nos alimenta, nos permite vivir en sus alrededores y nos da
vida, pero nosotros le hemos pagado ensuciando su hogar con basura, explotando
su fauna, cambiando el color de las aguas de sus vestidos del más hermoso color
jade al más oscuro del color café, ese que se le atribuye a la suciedad y a lo
contaminado.
Quetzalcóatl está enojado. Quetzalcóatl esta ofendido, dolido, hambriento de
deseos de volver a empezar con un nuevo mundo. Él, que con su hermano
Tezcatlipoca nos ofrecieron las bases de todo lo que hoy nos permite vivir se sienten
ofendidos con nuestra falta de amor hacia sus hogares, hemos sido capaces de
perder kilómetros de sus tierras, de sus aguas, hemos incendiado todo con su propio
fuego, ni el aire que respiramos hemos sabido proteger, somos los destructores de
todo su reino. Quetzalcóatl que nos prometió volver nos ha abandonado.
Xiuhtecuhtli está enojado. ¿Dónde quedaron los valerosos guerreros que ofrecían
todo lo que tenían con tal de mantener a salvo a su pueblo? ¿Qué hay de los
gobernantes que velaban por el bienestar y que incluso podían sacrificarse a ellos
mismos con tal de que su gente estuviera bien? Ya no existe eso. Un veneno horrible
se ha extendido por las venas de la gran ciudad. Ya nadie piensa en el bien
colectivo, se acabaron los jaguares y las águilas que protegían a los demás, pues
ahora solo piensan en sí mismos, en lo que les convendrá, llenaron sus corazones
de egoísmo.
Ixchel está enojada. Nuestra Diosa del amor, de la gestación y de la medicina está
molesta. Aquel mundo que la vio nacer, quien le dio sus dones y quien la hizo ser
ahora se revela, poco amor hay en nuestro mundo, se cae poco a poco como las
plumas de un Quetzal cayendo y llevándoselas el olvido. Nos hemos permitido
juzgar y elegir que es amor y que no lo es, hemos disfrazado la violencia de caricias,
convertimos los puños en besos, abandonamos el respeto por nuestras mujeres,
ellas, que nos dan la vida y convertimos el enojo, la frustración y la furia en su dolor.
¿Será este el final del quinto sol? ¿Los Dioses lo sabían y por eso nos han
abandonado? ¿Hay alguna forma de remediarlo? Poco nos ha faltado para acabar
con cada gramo de esperanza que hay en los corazones que luchan por lo justo,
por lo bueno, por la supervivencia de lo que se nos ha regalado. Y en todo caso, si
la humanidad llega a su fin ¿Mictlantecuhtli nos perdonara y dejara que nuestras
almas descanses junto a él o vagaremos para siempre con el recuerdo de lo que un
día fue?